JOSE IGNACIO CORCUERA COMPARTE CON LOS LECTORES SU COLABORACION SOBRE LA CRITICA DE UN ASPECTO DEL LIBRO “BARÇA I CATALUNYA. Temps de foscor (1936-1961)” (2022).

PARTE 1.

Los primeros tiempos del autor de estas líneas en la investigación sobre futbol, se ha comentado con anterioridad, fueron haciendo colaboraciones en los CUADERNOS DE FUTBOL DE CIHEFE, la revista mas prestigiosa del tema en España, con diferencia.

Una vez iniciada la nueva aventura de “SALTATAULELLS”, queda aquí, desde entonces, la relación con los eminentes historiadores de CIHEFE, José Ignacio Corcuera y José del Olmo, lo cual es un honor.

Un athletic vasco , un atlético madrileño y un madridista.

Hoy se fija al lector en el primero de los dos, esperando contar también con el segundo algún día.

En este momento al consultar la revista CUADERNOS DE FUTBOL DE CIHEFE se observa que van por 150 números de los cuales José Ignacio Corcuera prácticamente ha escrito en todos ellos , sobre múltiples temas , pero con un fondo mayoritario sobre HISTORIAS DE JUGADORES DE FUTBOL, de los cuales tiene un excelso conocimiento.

https://www.cihefe.es/cuadernosdefutbol/author/jose-ignacio-corcuera/

Para el lector que no conozca a José Ignacio, se le adjuntan arriba pistas de lectura, que le dejaran en lenguaje de aquí clasificado como AUTOR ANTI-SALTATAULELLS.

https://saltataulells.com/fuentes-primarias/cesion-de-las-copas-y-trofeos-del-athletic-club-al-gobierno-de-burgos/

Anteriormente ya se le ha dedicado un descubrimiento especial sobre su querido Athletic Club.

A estas alturas de la película los lectores deberían saber que un impulso del BLOG es estar al día sobre los libros que se publican del F.C. Barcelona incluyendo el periodo de tiempo entre su fundación ( 1899) y finales de 1975.

Y en los últimos meses han detectado dos en catalán.

1º) BARÇA I CATALUNYA. Els origens de la simbiosi (1899-1936).

2º) BARÇA I CATALUNYA. Temps de foscor (1936-1961).

Los autores son Salva Torres y Frederic Porta.

Salva Torres es la primera vez que se presenta al examen, mientras Frederic Porta es un notable “saltataulells” antes de los libros anteriores.

También en castellano, se repasarán otros tres buscando las maldades del equipo franquista R. Madrid sobre el perseguido Barcelona y que son:

1º) BARÇA INEDITO. 800 HISTORIAS DE LA HISTORIA.

2º) BARÇA INSOLITO. 800 HISTORIAS DE LA HISTORIA.

3º) BARÇA OLVIDADO.

Los autores de los mismos ya tienen el título de “saltataulells”, y son Manuel Tomas y otra vez Frederic Porta, que vuelve a aparecer y ambos se presentan para subir nota.

El segundo de los libros en catalán el que trata del periodo (1936-1961) tiene HISTORIAS DE MUCHOS JUGADORES DEL BARCELONA EN LA GUERRA CIVIL y con las mismas se ha ofrecido a José Ignacio Corcuera si quería colaborar en la revisión de estas historias y ha aceptado…a la primera y…. sin ninguna exigencia por jugar esta vez su partido…….. en césped artificial….

El listado de jugadores principal es el relativo a que jugadores del Barcelona “LUCHARON” en el bando republicano y cuales en el bando franquista. Naturalmente para los autores los jugadores republicanos ganan por goleada a los franquistas y en muertos sin embargo pierden por uno.

En otras partes del libro aparecen los de la expedición mejicana y en otra los que jugaron el Francia durante la Guerra Civil.

Del conjunto anterior José Ignacio Corcuera pone su lupa y conocimiento del tema y va desgranando y matizando aquellas historias en que los autores DEJAN DE PONER DATOS DE MUCHA RELEVANCIA EN LAS HISTORIAS QUE CORRESPONDAN y no todos los jugadores tienen comentario, lo que implica que de lo dicho por los autores no hay que matizar nada.

Se recuerda al lector de la existencia de un libro de José Ignacio Corcuera, precisamente de la época que habla el libro en catalán, lo que le hace más idóneo todavía para el comentario de esa parte del mismo.

Con esta introducción se lleva al lector al artículo indicado.

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Una historia del F. C. Barcelona

El F. C. Barcelona es una de las entidades deportivas europeas con más bibliografía histórica. Y ello se traduce, además de en la comprensible repetición de hechos y anécdotas, en cierto revisionismo ideológico muy en boga durante los últimos lustros, del que a menudo sale perdiendo la Historia.

Hoy abundan las visiones alineadas con determinados movimientos sociales, entre proclamas doctrinarias semejantes a las que antaño se ensayaran desde Euzkadi, fruto de contemplar hechos del pasado sin la imprescindible introspección. Esto es enfocando lo acecido hace tres o cuatro generaciones desde un prisma rabiosamente actual, sin ponernos, o como mínimo intentarlo, en el lugar, la situación y circunstancias que constituyen nuestro objetivo. Reinterpretándolo todo en función de lo que hoy somos, no de lo que fueron o dejaron de ser los protagonistas del relato histórico. Maniobra populista, a menudo conducente hacia un revisionismo tramposo, que en el caso del F. C. Barcelona suele lucir galas de forzado victimismo.

Viene esto a cuento de la conversación mantenida hace unas fechas con Antonio Arias sobre una reciente publicación azulgrana (“Barça y Catalunya”, de Salva Torres y Frederic Porta). Él me inquiría sobre si todo cuanto en ella se reflejaba acerca del devenir azulgrana durante la Guerra Civil encajaba al cien por cien con la realidad, y desde ahí saltamos a la falsedad mitológica de otros empeños editoriales o la reescritura de un periodo por demás complejo, con harta frecuencia desde espejos muy convexos. También fue él quien me propuso elaborar un artículo referido a esta publicación o al conjunto lo narrado últimamente. Y no le hizo falta insistir.

Conste como preámbulo que sin incurrir en la manifiesta manipulación de otras obras, “Barça y Catalunya” parece sustentar la tesis persecutoria contra F. C. Barcelona por su adscripción republicana, el catalanismo de que con anterioridad a la asonada militar hiciese gala, y el enfebrecido odio hacia todo lo catalán expresado con inusitada contundencia por ciertas voces, fuere durante la guerra o a raíz del parte triunfal fechado en Burgos la primavera de 1939.

En verdad por esas fechas hubo mucho odio, tanto en un lado como en el otro. Odio a menudo enfocado hacia Cataluña, no sólo por haberse convertido en el último foco de resistencia republicana tras la caída de Levante, sino al anidar en ella el ideario anarquista trufado de anticlericalismo, con más arraigo que en otras geografías.

Suelen rememorarse a ese efecto algunas frases lapidarias: Víctor Ruiz Albéniz solicitó mediante el correspondiente artículo “un castigo bíblico para purificar la ciudad roja”. El yernísimo Serrano Suñer veía en el nacionalismo catalán “una enfermedad”. José Artero, canónigo de la catedral salmantina, llegó más lejos sirviéndose de una homilía en Tarragona, al clamar: “Perros catalanes, no sois dignos del sol que os alumbra”. E incluso el lenguaraz Gonzalo Queipo de Llano, educado en un seminario y a quien Franco apartó finalmente de la esfera pública, harto de sus excesos, se despachó a gusto asegurando: “Haré de Madrid mi capital, de Bilbao una fábrica, de Barcelona un solar”. Obviamente un eructo, antes que consensuada declaración de intenciones, pues la realidad inmediata se encargó de desmentirle. Madrid siguió conservando durante algún tiempo ese aire de poblachón manchego, por emplear la definición de Pío Baroja, mientras la ciudad condal desplegaba un cosmopolitismo inequívocamente europeo. Bilbao se limitó a conservar sus altos hornos y astilleros, a medida que iban echando el cierre las compañías mineras; luego ni eso. Barcelona, en cambio, saldría por demás favorecida con las genuflexiones del régimen dictatorial ante el nuevo amigo americano, convirtiéndose en sede de la primera fábrica de “Coca-Cola” o solar de “SEAT”, decidida apuesta gubernamental por la automoción en una España que dejaba atrás la autarquía. Y por ende, en paralelo, su burguesía obtuvo pingües beneficios mediante subvenciones a la industria textil, contratos públicos o licencias de importación.

Varias publicaciones históricas sobre el F. C. Barcelona lamentan la modificación de su emblema tras la Guerra Civil. Ese maquillaje fue mínimo, bien al contrario del experimentado en otras entidades. Sobre el de la Unión Deportiva Levante Gimnástico se incrustó el yugo y las flecas, tal y como aquí se recoge.

 

Las frases que tan a menudo se airean como justificación de tesis victimistas, en realidad sólo sirvieron para avergonzar, años después, a quienes un día las pronunciaran. Lo mismo que tantas loas de juglares pelotilleros dirigidas al “nuevo Cid Campeador”, a la “Gracia que Dios concede a los pueblos una vez cada mil años”, o al “prodigio intelectual, mano férrea, regalo de la divinidad y guía sublime”. Seguro que Ernesto Giménez Caballero, José Mª Pemán y Gonzalo Torrente Ballester, entre otros muchos, se sonrojaron con el paso del tiempo, al releer sus excesos. Lo mismo, por cierto, que los artífices de aseveraciones enarboladas de buena mañana y contradichas al ponerse el sol. Porque el franquismo no cambió arbitrariamente el nombre de la entidad azulgrana, como algunas de sus historias afirman, aunque determinados medios de difusión especularan en 1939 con tal posibilidad. Incluso llegaron a barajarse posibles denominaciones, desechadas de inmediato si es que en verdad se contempló semejante idea en algún despacho. La conversión de Fútbol o “Football” Club, en Club de Fútbol, respondió al mismo decreto que en vano intento de despojar a nuestra lengua de extranjerismos, convirtió a los Racing, Sporting, Athletic o Yatching, en Reales, Atléticos, o clubes a secas, rebautizó al coñac como “jeriñac”, procediendo de Jerez de la Frontera y sus aledaños buena parte de la producción nacional, y en las cartas de muchos restaurantes la ensaladilla rusa se transformó en “ensaladilla zarina”, evitando cualquier remota alusión al paraíso bolchevique.

El escudo barcelonista sí sufrió alguna modificación, en cambio, sustituyendo las cuatro barras de Cataluña por las dos del emblema de la ciudad condal, asemejando su aspecto hasta cierto punto a la enseña nacional. En todo caso una mutación menos escandalosa que la experimentada por otros entes. Sobre el escudo de la U. D. Levante, club representativo del “Cabanyal” valenciano, barriada popularmente conocida durante la preguerra como “Pequeña Rusia”, se incrustó el yugo y las flechas a manera de exorcismo. Obviamente desaparecieron los clubes que detentaban nombres republicanos, y otros con significación obrerista tuvieron que fusionarse o enhebrar propósitos de enmienda, para reanudar las competiciones. Incluso se prohibió a los Oriamendi de Baracaldo y Gijón seguir su andadura bajo tales siglas, por más que la contribución carlista fuera decisiva en el aplastamiento militar de la república. Con respecto a la abducción franquista del Barcelona posbélico, o al encumbramiento de militares a su presidencia o directiva, fue tónica general, no ya en el ámbito del balón, sino para todas las instituciones deportivas. El mismísimo primer presidente de la nueva Federación franquista habría de anunciarlo sin ambages: “En adelante ya pueden ir olvidándose los clubes de seguir siendo entidades autónomas, como en el pasado. Permanecerán sujetas a la autoridad y darán buena cuenta de sus acciones”. Pocos, muy pocos clubes españoles, carecieron de algún militar victorioso en sus juntas directivas a partir de 1939 ó 40. Y por supuesto todos los directivos, tanto de sociedades señeras como de tercer y cuarto rango, pasaron por el cedazo policial antes de recibir el pláceme o la consideración de “válidos”. El Barcelona no fue objeto de un peor trato que sus contrincantes, en razón de pretéritos vínculos o molestas significaciones.

Salvador Artigas, “último aviador republicano” aunque las fechas de su salida hacia Francia continúen sin encajar con la realidad bélica.

 

 

Curiosamente cuando se esgrimen frases rotundas dirigidas contra lo catalán en abstracto, o más en concreto contra su nacionalismo, suelen olvidarse otras no menos cargadas de trilita si sus destinatarios fueron otros. El teniente coronel Troncoso, presidente de la Federación Española de Fútbol franquista recién creada en San Sebastián, tuvo, por ejemplo, una postura mucho más comprensiva respecto a los jugadores “culés” enrolados en clubes franceses, que la empleada para los componentes de aquel Euzkadi auspiciado por el lehendakari José Antonio Aguirre y su gobierno, en gira europea y americana: “Son muchachos de antecedentes comprobados y magníficos”, dijo refiriéndose a Domingo Balmanya, Raich, Zabalo y Escolá, añadiendo de inmediato: “Difieren un tanto del caso de los vascos”. El cuarteto azulgrana hubo de pechar con una suspensión federativa próxima a los 13 meses como media, en tanto los primeros componentes del Euzkadi no pudieron regresar a España hasta 1946. Y eso que en setiembre de 1939, “Año de la Victoria”, según rezaba su escrito encabezado con la formalidad prosopopéyica del “Arriba España”, José Iraragorri, Isidro Lángara, Emilín Alonso, Cilaurren y Ángel Zubieta, miembros de aquella expedición, expresaran desde Buenos Aires su deseo de pronto retorno, apelando a los buenos oficios del expresidente santanderino José María Cosío, hombre muy vinculado al Régimen.

Paralelamente, el periodista bilbaíno Jacinto Miquelarena, trasplantado a Madrid cuando ingresase en el diario “ABC”, huésped de la embajada argentina durante la Guerra Civil antes de zarpar hacia Sudamérica en el torpedero Tucumán, falangista desde que se creara ese partido y escritor de altura hasta arrojarse a las vías del metro parisino, sabiéndose irremediablemente enfermo de cáncer, dejó esta crítica al nacionalismo enquistado en el fútbol, sin apuntar precisamente hacia Cataluña: “El fútbol era durante la República una orgía roja de las más pequeñas pasiones regionales, y de las más viles. Lo dije claramente. Casi todo el mundo era separatista -y grosero- frente a un match para el Campeonato de España. El bizcaitarrismo se daba tanto en los graderíos de San Mamés como en la tribuna de Chamartín. En la mayoría de los casos, el madridista era un bizcaitarra de Madrid; es decir, un localista, un retrasado mental frente a los límites nacionales. Yo advertí que el fútbol estaba haciendo política sin saberlo. Fabricaba incomprensiones, fabricaba odios y recelos, y desviaba el camino de la juventud a fuerza de arrebatar su generosidad y canalizarla hacia el clan, hacia la secta, hacia la órbita infinitamente pequeña del club”.

No, no siempre los improperios o aceradas críticas tuvieron como objetivo Cataluña o el nacionalismo que allí estallara, incluso con tintes de insurrección, durante el quinquenio republicano.

La citada obra, “Barça y Catalunya”, dedica un capítulo en su repaso del periodo 1936-1961, al todavía espinoso tema de la Guerra Civil, en apariencia desde una tesis ya enhebrada anteriormente: Los futbolistas azulgrana combatieron fundamentalmente en favor de la república y las víctimas, tanto mortales como objeto de represalias por los vencedores, superaron de largo a combatientes y victimizados del bando opuesto. Todo ello, conviene aclararlo, desde un planteamiento realista, cuando los autores reconocen que lo normal para cualquier residente en las áreas bajo control republicano era nutrir su ejército; que engrosar las filas franquistas implicaba asumir el enorme riesgo de una deserción, la huida, no menos arriesgada, o luchar contra el miedo ante la suerte que pudiesen correr sus familias en retaguardia, una vez consumada la supuesta traición. A partir de ahí se deslizan algunos errores -¿quién no los comete?-, se hincha el volumen de jugadores “culés” combatientes por la república, pero sobre todo se registran omisiones que, casualidad o no, desvirtuarían un tanto la tesis de partida.

Según este libro, 35 futbolistas “culés” combatieron en el bando republicano, mientras únicamente 6 empuñaron las armas con los alzados. Cinco habrían sido los fallecidos o asesinados en defensa de la república y 6, o sea uno más, los caídos mientras luchaban a las órdenes de Emilio Mola y Francisco Franco, o recibiendo disparos mortales en razón de su ideología, sin juicio previo ni asomo de simulacro.

El problema de los maximalismos sin matices radica en que siempre pueden surgir otras voces con absoluta legitimidad para sentirse agraviadas. La cántabra Juventud Unión Montañesa perdió a 5 futbolistas en combate; el Deportivo de La Coruña a 6; el Muros Balompié, de Muros de Nalón (Asturias), a 7 futbolistas sólo en el bando franquista; el bilbaíno Athletic Club a 8 jugadores; el aragonés C. D. Español a 6 mientras combatían entre los sublevados, número que considerando su pequeñez y escasa antigüedad constituía una hecatombe. Y el Arenas zaragozano a otros tantos. Las bajas definitivas en algunas entidades canarias o baleáricas con escaso arraigo, multiplicaban proporcionalmente por cuatro las barcelonistas. Y conste que una sola defunción ya constituye monumental tragedia. Por eso se antojan poco atinados los ejercicios victimistas, máxime si la aritmética, considerando la cifra de deportistas que cada una de esas entidades contabilizaba desde su fundación hasta 1936, no apuntala el empeño.

Cabría determinar, de cualquier modo, qué ha de entenderse por combatiente, y cuántos eran jugadores del F. C. Barcelona en ese momento, circunstancias ni mucho menos baladíes. No todos cuantos vistieran uniforme militar, ni en Cataluña ni en ninguna otra región, fueron en realidad combatientes. Los hubo, y no pocos entre el gremio del balón, alejados del frente tras exprimir influencias, con su derivada de destinos “cómodos” y la clara intención de extraer réditos a su habilidad con el esférico, conforme expresara el internacional del Athletic Club Isaac Oceja: “Durante mis tres años como combatiente, primero en un ejército y luego en el otro, no disparé un solo tiro. Por suerte los pasé entreteniendo a la tropa con lo que sabía hacer: jugar al fútbol”. También habría que eliminar errores y retirar de esa estadística, como mínimo, a quienes únicamente fueron jugadores barcelonistas una vez concluida la sangría fratricida.

Si extendiésemos el capítulo de defunciones a la masa social del fútbol quedaríamos sin palabras: la cántabra Unión Juventud Rayo tuvo que llorar a 14 de los suyos. El Santoña a 12, entre ellos 4 mientras combatían y el resto masacrados en el buque-prisión Alfonso Pérez, ante una tapia tras ser extraídos de las cárceles, o mediante ajustes de cuentas en retaguardia. La más modesta aún Deportiva Piloñesa, a 13 socios. El Arnao, de Avilés, una decena. El Gimnástico Caborana, del municipio asturiano de Aller, a 11, nada menos. El Villacarlos menorquín a 14. La también balear S. S. La Salle a 16. El navarro C. D. Tudelano a 10, además de a sus futbolistas Pedro Olleta y Manuel Jiménez, mientras combatían. Entidades, todas ellas, con bajísimas cifras de asociados. El Ónuba F. C. perdió a 31, siendo tan sólo un club de dimensión modesta y reducida… Todas estas cifras corresponden a caídos del bando “nacional”, porque las víctimas republicanas fueron oficialmente ignoradas. El F. C. Barcelona posbélico rindió honores a sus 16 socios “caídos por Dios y por España”, tal y como entonces se enunciara, dedicándoles misas, esquelas y una lápida recordatoria.

Es lástima que nadie hasta hoy se haya molestado en confeccionar, nombre a nombre y filiación por filiación, un listado de las bajas republicanas “culés” entre su masa social. Porque comparando esos 16 socios “nacionales” perdidos con los 63 del gran rival barcelonés, el C. D. Español, las conclusiones pudieran antojarse obvias. Algo más del 10% perdidos irremisiblemente entre la masa social blanquiazul, puesto que entonces eran 600 los devotos con carné “periquito”. ¿Acaso a nadie se le ocurrió investigar sobre el número real de bajas republicanas barcelonistas?. No sería esfuerzo baladí, por cuanto las masas sociales de cualquier entidad representan mucho mejor la ideología o sentir mayoritario de los entes -si tal hubiere-, que reduciendo el cómputo a los futbolistas, profesionales ya entonces contratados al aroma del talonario, y por tanto escasamente entregados al sentimentalismo.

Entre los caídos del C. D. Español por su teórica adscripción “nacional” o franquista, encontramos de todo: Aristócratas, empresarios de éxito, comerciantes, menestrales, trabajadores por cuenta ajena e incluso miembros de fuerzas públicas. De los 63, al menos 35 fueron asesinados por la arbitrariedad de brigadistas del amanecer, mientras eran “interrogados” por el SIM, tras caer prisioneros o ante pelotones de fusilamiento, cumplida la formalidad de una orden sumarísima. Tres eran guardias civiles, dos sucumbieron de hambre y malos tratos luego de purgar en “chekas”, 11 mientras combatían en distintos frentes, uno como consecuencia de la enfermedad contraída mientras se hallaba en primera línea…

Como carece de sentido lucubrar sobre si nadie cedió a la curiosidad de contabilizar víctimas republicanas espigando entre los socios “culés”, o si una vez enfrascados en semejante empeño los primeros resultados no justificasen tanto esfuerzo, centrémonos en los errores del libro.

Salvador Artigas no pudo ser el último aviador  republicano, como tantas veces se ha repetido. Las fechas de su escapada a Francia (acabaría incorporándose al Girondins de Burdeos más adelante) contradicen su propia afirmación, puesto que los aviones tricolores continuaron volando, aunque poco y en muy reducido número. Ricardo Zamora Martínez no combatió ni en el lado franquista, conforme se indica, ni en el republicano. Pedro Areso sí regresó a España, contradiciendo lo escrito, primero como futbolista y entrenador, y más adelante para recibir homenajes en Sevilla y Bilbao. Paco Mateo nunca tuvo una ficha del F. C. Barcelona emitida por la Federación Española, y aunque se alineó en algún partido fue extraoficialmente, lo que en puridad no lo convierte en jugador “culé”. También Di Stefano y Puskas disputaron algún amistoso con la camiseta azulgrana, sin pertenecer por ello a su plantilla. Ricardo Zamora incluso defendió los marcos del Melilla y al menos otra docena de equipos en bolos festivos, sin que ello lo convierta en estrella melillense, mito alicantino, del Algeciras o incluso de una formación gibraltareña. Lo mismo cabe decir de Francisco Suriol Solé, que si bien se alineara con el Barcelona en dos partidos amistosos, lo hizo sin ficha. Y de Ángel Ponz, hombre del vecino Español, alineado sin ficha en un amistoso del Barcelona, o el canario Francisco Ceballos, con quien se apalabró su incorporación para el ejercicio 1936-37, que la conflagración bélica hizo imposible. Este infortunado portero nunca llegó a jugar un partido con el Barcelona, ni se le extendió ficha federativa puesto que tuvieron que amputarle una pierna cuando cayese herido en el cinturón norteño. Manuel Suárez de Begoña, en fin, sí jugó un par de partidos con el Barça, aunque cabría considerarlo más jugador del Athletic Club, Arenas de Guecho, At Madrid, Betis Balompié o Hércules alicantino, por lo que estas entidades representaron en su carrera. Era entrenador del Hércules, al que había ascendido a nuestra máxima categoría, cuando apareció su cadáver en una cuneta de Aguas de Busot poco después del pronunciamiento militar. Este buen nadador y pelotari, además de excelente delantero, pues no en vano llegó a ser convocado con la selección nacional, tenía amigos falangistas y departió con ellos en público. Pero hasta hoy no parece haber surgido ningún documento que lo vincule al partido que liderase José Antonio Primo de Rivera. Para la Historia no sirve como argumento sólido el “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Aun a riesgo de narrar lo ya sabido, convendrá pespuntear algunas de esas biografías, en aras de la claridad.

Pedro Areso confió a pies juntillas en el decreto garantista para cuantos retornasen desde el exilio sin fechorías pendientes. Y sufrió una profunda decepción. Había recorrido Europa, México, Argentina, Chile y Cuba con el Euzkadi, equipo pregonero de la causa republicana desde el que, además, salieron loas bolcheviques por boca de sus relaciones públicas, Manuel de la Sota, en el periódico “Izvestia” (18 de agosto de 1937), como broche a su andadura por la URSS: “No podemos despedirnos con un simple apretón de manos, os enviamos un abrazo a todos vosotros, nuestros queridos hermanos y camaradas. ¡Viva Stalin, genio de la Humanidad!”. Una frase que iba a pender como espada de Damocles sobre las cabezas de cuantos compusieran aquella expedición.

Aunque Salva Torres y Frederic Porta crean otra cosa, Pedro Areso, en la imagen, sí regresó a la España franquista. Lució pantalón corto en Cantabria y continuó en el banquillo burgalés la andadura que como entrenador iniciase en Venezuela.

 

Había formado parte del ejército gudari, sin combatir realmente. Primero fue a Orduña, con el Batallón Amaiur, como escribiente en la secretaría de Joseba Rezola. Y a continuación a San Mamés, para jugar gratis junto a Paco Bienzobas, Bata, Unamuno, Arqueta, Isaac Oceja, Eguía y hasta Ignacio Aguirrezabala “Chirri II”, que desde el sur francés, donde se había refugiado, regresaba a Bilbao en cuanto se lo solicitaban. Esos partidos, con fines recaudatorios para Acción Nacionalista Vasca, solían contar con la inestimable ayuda de José Mandalúniz Ealo, como reclutador, por más que fuese Ignacio Gracia, consejero de Asistencia Social en el gobierno de José Antonio Aguirre, quien moviese los hilos entre bastidores. Y por fin el vuelo desde Sondica hasta Biarritz con el Euzkadi, los tumbos por Europa, las apreturas, el eco de las muy aceradas críticas provenientes del bando “nacional”, la incertidumbre ante un horizonte espinoso, el desembarco en América… Y allí más obstáculos. La prohibición de competir contra cualquier club argentino. Acto seguido, cuando velando por su futuro ya entrenaba con la plantilla del River Plate, aquel telegrama del gobierno vasco desde su cómodo exilio en París, conminándole a reingresar en el Euzkadi. El silencio de sus hasta entonces compañeros, tras solicitarles dinero para el pasaje. El cansancio de River ante sus dudas, traducido en carpetazo a la oferta que le girase. La luz, con el repentino interés del Racing bonaerense…

Desde Argentina pasó a Venezuela, como jugador-entrenador del Vasco caraqueño. Y al cabo la vuelta a otra España muy distinta a la que abandonase, no para lucir de azulgrana, siendo el Barça titular de sus derechos federativos, sino incorporándose al Santander, con cesión incluida al Deportivo Tanagra mientras recuperaba el tono, y luego de que los “culés” declinasen hacer un hueco a quien ya sumaba 36 primaveras larguitas. En Santander, también, volvería a ejercer como entrenador, desde donde fue requerido para dirigir a la Gimnástica Burgalesa, justo durante el último ejercicio donde iba a lucir ese nombre (1947-48). Vistos los resultados, un tremendo error, pues ni en sus peores sueños imaginaba podrían complicarle tanto la existencia.

Burgos, con gran presencia militar en sus instituciones, seguía siendo una ciudad prendida a la luenga sombra del 18 de julio. Un día el general Yagüe lo citó en su despacho para reprocharle su ideología nacionalista vasca, señalándole la puerta de salida del club. En realidad llovía sobre mojado porque, apenas hubo puesto un pie en Madrid, cuando con ayuda de Cesáreo Galíndez y Juan Touzón fuese sometido a prueba por el Atlético Aviación en Albacete, dos mandos del cuerpo aéreo “sugirieron” debía ser vetado, porque alguien como él no era digno de representar al glorioso Cuerpo de Aviación. Otro acercamiento posterior al Gijón concluyó de igual modo. El magnánimo decreto le permitía venir a España con pasaporte emitido en la embajada argentina, pero aparentemente sólo para recibir inequívocas muestras de rechazo. Así que partió hacia Portugal, desde donde regresaría a Sudamérica, dejando huella como entrenador en distintos países antes de hundir raíces en Argentina, desde donde volvió a cruzar el Atlántico al menos en dos ocasiones: la primera invitado por el Real Betis Balompié, al cumplirse el cincuentenario de su único triunfo liguero, y la segunda al conmemorarse la salida del Euzkadi, en su gira propagandística, desde una villa bilbaína ya cercada. En ambos casos compartió emociones con su compañero de zaga Serafín Aedo.

Ricardo Zamora Martínez, colaborador habitual del muy católico diario “Ya”, se hallaba en Madrid cuando llegaron noticias del pronunciamiento militar en África. Y de inmediato pensó que, por una vez, su notoriedad iba a volvérsele en contra. Tras permanecer escondido algún tiempo, lograría refugiarse en la embajada de Argentina hasta su traslado a Alicante, desde donde zarpó hacia Marsella junto a un amplio colectivo de amenazados como él. Gracias al testimonio de aquellos compañeros coyunturales, consta su zozobra, el temor que lo embargada, y sus vanos esfuerzos por modificar la fisonomía. Se dejó crecer la barba con el propósito de no ser reconocido, aunque un día cierto miliciano le gritó desde el exterior, mientras vigilaba la representación argentina: “¡Zamora, esa barba no te favorece nada!”.

Ya en Francia fichó por el Olympique de Niza, volviendo a ser compañero de José Samitier. Defendió aquella portería tras haber anunciado su retirada cuando concluyera el Campeonato 1935-36, y entrenó a la plantilla. Con la guerra ya inevitablemente decantada regresó a la franja española bajo control franquista, sin que sus problemas ni mucho menos hubieran acabado. Unos lejanos vivas a la república entre sopores espirituosos de un banquete, cuando nada hacía pensar en la posterior conflagración civil, unidos a declaraciones realizadas en Francia negando en redondo ser fascista, lo convirtieron en individuo a depurar, recetándosele doce meses de descalificación tras interponer un recurso con reducción de la pena inicialmente impuesta. Zamora, para entonces, era entrenador del nuevo Atlético Aviación, desde donde iba a celebrar los dos primeros títulos de Liga posbélicos. Aunque un escrito del diario “Arriba”, denunciando la tolerancia de que era objeto ante el flagrante incumplimiento de su pena, volvió a ponerlo ante otra encrucijada.

Como mínimo en abril de 1940, la Comisión Depuradora inquirió si “el entrenador D. Ricardo Zamora cumple rigurosamente la sanción impuesta”. Punto sobre el que volvería a incidir los días 7 y 17 de mayo.

Y si Zamora, prisionero en el Madrid republicano, cuya vida pendió de un hilo hasta que lograse zarpar hacia Marsella, era personaje dudoso, poco bueno podían esperar jugadores más anónimos, o con bien documentada conducta republicana. En su caso, quienes clamaban dureza lo veían incurso en el apartado “N” del Artículo 4º correspondiente a la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939: “Haber salido de la zona roja después del Movimiento y permanecido en el extranjero más de dos meses, retrasando indebidamente su entrada en el territorio nacional, salvo que concurriese alguna de las causas de justificación expresadas en el apartado anterior”.

El documento adjunto, remitido por el Comité Olímpico Español en junio de 1940 al arma de Aviación, resulta harto explícito.

Evidencia que tanto el Delegado Nacional de Deportes, como la Federación de Fútbol y el propio club Atlético Aviación, entonces pura dependencia del Ejército del Aire, no sabían a qué carta quedarse, y menos aún cómo solventar la papeleta. El Comité Olímpico actuaba “arrastrado” por la publicación del diario “Arriba”, antes que de buena gana. Desde el ente federativo se daban largas cambiadas y el Atlético Aviación fingía un cumplimiento de la sanción más cosmético que real. Zamora entrenaba durante la semana, a puerta cerrada, y los días de partido “oficiaba” de entrenador un sustituto. Resulta palmario que los más intransigentes pretendían servirse de su notoriedad para sentar un precedente insalvable. Si no se tenían contemplaciones con el “Divino”, con alguien capaz de movilizar a tirios y troyanos en su defensa, cuando su vida estuviese en juego a raíz del alzamiento, si ni aquel por quien se abogó ante el mismísimo Jules Rimet, artífice de los Juegos Olímpicos modernos y presidente de la FIFA, recibía especiales contemplaciones, todo el país entendería que nadie iba a eludir el peso de las durísimas leyes recién aprobadas.

 

Y la verdad es que se lo pusieron difícil. Llegó a ingresar en la cárcel de Porlier, aunque por breves días (mayo de 1940). Pero su incapacitación para dirigir al Atlético Aviación, como incipiente entrenador, resultó más larga: desde finales de mayo hasta el 4 de diciembre de 1940, periodo en que sería sustituido al frente del cuadro “colchonero” por Ramón Lafuente. El aviso a navegantes estaba cursado y la caza de brujas no había hecho sino tomar cuerpo definitivo, puesto que desde hacía unos meses la prensa más visceral, o la más combativa, se empeñaba en señalar con su dedo a cuantos no pudieran justificar una lealtad inquebrantable al naciente régimen.

 

No fue el único hombre de arraigada ideología conservadora y afín a los alzados, que iba a purgar por el articulado de la Ley de Responsabilidades Políticas. Ni siquiera el único del F. C. Barcelona, cuestión ésta habitualmente “olvidada” en las historias escritas con tinta azulgrana durante el último cuarto de siglo.

Suelen recordar a José Raich como jugador del Séte junto a Escolá y Balmanya, represaliado precisamente por esa escapada a territorio galo, aunque rara vez se profundiza en sus antecedentes derechistas, ni sobre la persecución sufrida por sus padres en zona republicana. Y sí, pese a los muchos avales que presentara se le impusieron 18 meses de suspensión federativa, aplicándosele tan sólo una atenuante, en vez de la eximente completa solicitada, cuando pocos estaban en condiciones de lucir mejores credenciales. Era hombre de Acción Católica, educado en el seno de una familia muy religiosa, con acrisolada ideología derechista. Su permanencia en Francia, donde habría de proclamarse campeón de Liga la temporada 1938-39, tuvo lugar ante la certeza de que su vida apenas valía nada en Cataluña. Otra víctima de su notoriedad, en suma.

Con respecto a Francisco Mateo Vilches (Algeciras 16-V-1916), hermano mayor del internacional sevillista de posguerra Andrés Mateo, debe constar que destacó mucho en el fútbol galo, donde recibió consideración de estrella. Tras forjarse en el Algeciras desde 1933, compitió durante la temporada 1935-36 con el At Tetuán, estuvo algún tiempo en Valencia, alineándose con el Levante ya en periodo bélico, y en marzo de 1938 reforzó al F. C. Barcelona de la Liga Catalana. Cualesquiera que fuesen sus razones para cambiar de bando, desde el Norte de África alcanzó la cuenca mediterránea enrolado como fogonero en un buque mercante, constituyendo sus días en Cataluña tan sólo un paréntesis para tomar impulso en la huida. Su posterior periplo francés arroja dudas hasta 1944, y mucha luz después: Girondins de Burdeos 1944-45, Strasbourg 1945-50 y Racing de París 1950-51, donde jugó muy poco por culpa de una lesión en la espalda, como ya ocurriese a lo largo de sus dos últimas campañas en el club alsaciano. Medio volante e interior con tanto empuje como calidad, a la par que ilustre desconocido para los aficionados españoles, su nombre solía ser destacado en la publicidad de los partidos al otro lado de los Pirineos, por constituir buen reclamo. Y desde luego no consta su contribución bélica de choque como soldado republicano.

Sorprenden también algunas omisiones, máxime al engrosar la lista de “culés” republicanos con futbolistas que, como mínimo, merecen el calificativo de dudosos. Una de las lagunas tiene como protagonista a Gerardo Bilbao Bilbao, nacido junto al río Nervión, en el anexionado barrio bilbaíno de Deusto, el 9 de febrero de 1907.

Interior con olfato de gol y medio volante a medida que fue cumpliendo años, hizo su presentación entre los grandes ante el Real Madrid (enero de 1930), en partido de la 9ª jornada liguera correspondiente al torneo 1929-30. Atrás quedaba su aprendizaje en el Rivera Sport, casi dos años en el Racing de Ferrol, un breve paso por el Cartagena y, por delante, luego de casi tres temporadas en el Arenas Club de Guecho, cuatro ejercicios completos luciendo la camiseta rojiblanca del Athletic Club, con cuyo primer elenco habría de debutar el 30 de octubre de 1932, derrotando en Mendizorroza al Deportivo Alavés por un apretado 1-2. Y también, claro, la Guerra Civil y sus funestas consecuencias.

Tan pronto hubo caído Bilbao en poder franquista huyó a Cataluña, alineándose en algunos partidos con el F. C. Barcelona. Un club azulgrana sembrado de ausencias y en fase de apresurada reconstrucción, luego de que sus anteriores estrellas hubiesen aprovechado la gira americana para asentarse en México, o la escala en Francia, ya de retorno, para enrolarse en clubes galos. En lo puramente personal aprovechó ese periodo proclamándose vencedor en el Campeonato de Cataluña, llegando a disputar, incluso, un partido con cierta “selección de Cataluña” (julio de 1938), ante una formación de Carabineros. Entre éstos se alinearon Gamborena y Venys, y con la selección catalana Zamora, del Avenç (nada que ver con “El Divino”); Montero, Abad, Lloret, Grec y Judice, del Sants; Domenech y Canals del Europa; Martínez, del Español, y Castro del Barcelona. “Selección” de ínfimo rango, confeccionada a base de retales. Mucho tiempo después, cuando con subvenciones públicas algunos chiringuitos se dedicaron a confeccionar listados de internacionales catalanes, habrían de convertirle en “internacional” con la selección de Cataluña merced a esa única y coyuntural comparecencia. “Internacional” catalán quien naciese en Vizcaya, nunca compitió oficialmente en territorio catalán, y se midiera una tarde, en choque puramente recaudatorio con finalidad bélica, a un grupo de teóricos carabineros. La política tejiendo sus hilos hasta enmarañar el perfecto discurrir del balón.

Concluida la guerra, un breve paso por Bilbao y salida hacia México, desde donde habría de recalar en Venezuela. Allí le aguardaba una nueva carrera futbolística, con 10 años distribuidos entre el Deportivo Venezuela (3 temporadas), Loyola (4, en dos etapas distintas) y Vasco (3 consecutivas). Paralelamente en Caracas, todavía soltero y acompañado por una hermana, se colocó de administrativo en una compañía mercantil, mientras mataba el gusanillo de la pelota disputando partidillos hasta acercarse a la cincuentena. Falleció en la capital venezolana el 21 de junio de 1982, con 75 años.

Por otra parte “Barça y Catalunya” recoge la peripecia vital de Carlos Comamala, futbolista azulgrana durante los años 10 del siglo XX, cuando apresado por sus ideas derechistas lo reconoció un miliciano y en atención a sus años de gloria deportiva se las arregló para ponerlo en libertad. Magnífico, pero se esconde al lector otro hecho de muy similar naturaleza, donde quien hizo gala de buen corazón fue un mando intermedio franquista. Y parece raro que a lo largo de la investigación no se tropezara con este hecho, máxime cuando se dedica un breve espacio al retrato de personaje tan significado para el barcelonismo, como lo fue Ángel Mur.

Ángel Mur Sr. Barcelonista de corazón y personaje muy popular, hasta el punto de protagonizar una campaña publicitaria para el “Linimento Sloan”.

 

Ángel Mur Navarro, atleta de fondo y campo a través, cinco veces campeón de España en 3.000 metros obstáculos y masajista del Barça en aquella gira americana mientras las bombas asolaban la piel de toro, se hizo con el cariño del elenco. Y luego sería correspondido cuando, concluida la guerra, tuvo problemas en Francia, desde donde pretendía embarcar hacia México. Militante de un sindicato radical, en su día supo se avecinaba la incautación del F. C. Barcelona y puesto en la disyuntiva de elegir entre política y devoción deportiva, ganó ésta. Su aviso sirvió para que los incautadores sólo encontrasen telarañas; ni dinero en las arcas, ni libros registrales ni el prontuario de socios. Posteriormente Raich, Escolá y Balmanya, los tres compitiendo en el Séte galo tan pronto regresaran de la gira americana, cuando tuvieron noticias sobre sus dificultades, le hicieron llegar ropa y dinero para garantizarle el regreso a la zona “nacional”. Tal y como le pintada allende los Pirineos, el retorno tampoco se antojaba una mala alternativa. Así que cruzó a España por Pont Vandrés y en Figueras, cuando lo conducían a la plaza de toros convertida en campo de prisioneros provisional, se lo encontró el capitán Colomé, un gerundense también atleta, contra quien había competido. El diálogo fue breve: “Vaya, ¿qué haces aquí?”. “Pues ya ves; las cosas en Francia estaban muy mal”. Ese hombre le tomó del brazo, sacándolo de la fila para rellenarle un salvoconducto. Y mientras se estrechaban calurosamente las manos, dijo: “Compórtate con tanta discreción como naturalidad. Mucha suerte, porque esto es todo cuanto puedo hacer por ti”.

Resultó suficiente, ya que con toda probabilidad a partir de su ingreso en el campo de clasificación habría salido a la luz su antigua sindicación, y con ella el subsiguiente purgatorio en cárceles sobresaturadas o algún batallón de trabajadores forzados. Conforme él mismo narrase, volvió a tener suerte cuando hubo de comparecer judicialmente, al contar con avales de otros atletas, como Manuel Torres o el valenciano Justo Borrás, del C. D. Español, camuflado durante la guerra como cenetista, aunque en realidad fuese miembro de Falange: “El suyo fue uno de mis mejores avales”, rememoró ante Julián García Candau, ya retirado y con un brillo de gratitud nublándole la mirada.

También el Barcelona, durante la reanudación liguera, supo agradecerle tan trascendental aviso convirtiéndolo en masajista hasta que, avanzados los años 70, legara esa función a su propio hijo, Ángel Mur Ferrer, poco antes futbolista en el Rosas, Barcelona Aficionado, Condal, Real Gijón y San Andrés de Barcelona. Ambos, además, fueron masajistas de cabecera en la selección nacional.

Aunque esta obra recuerde el elevado número de jugadores azulgrana en la plantilla prebélica que habría de aprovechar la gira mexicana para establecerse en tierra azteca,  y otro tanto a quienes, ya de regreso emplearan la escala en Francia para evitar las trincheras, enrolándose en el fútbol galo, se pasa de largo sobre la parca vocación republicana de varios, pese a figurar en el listado de combatientes gubernamentales. Pero aun con todo, sin podas, la contribución bélica azulgrana al bando republicano exige ser contemplada con muchos matices. Dieciocho futbolistas del vecino C. D. Español en la temporada 1935-36, nutrieron los frentes gubernamentales, el mismo número aportado por el Gerona C. F., siguiendo en la lista los 13 del Sabadell, por cuanto respecta a clubes grandes. Y es que entre entidades menores hubo plantillas movilizadas casi al completo. De los 12 combatientes republicanos con respecto a la plantilla “culé” del Campeonato 35-36, varios lo hicieron desde destinos en retaguardia y sólo hasta el verano de 1937.

Igualmente hubiese merecido mayor atención el defensa Ramón Zabalo, despachado con unas pocas líneas cuando sus repetidos bailes de nacionalidad lo convirtieron personaje harto singular.

Nacido en Inglaterra (South Shields 10-VI-1910), fue inscrito por su progenitor como ciudadano británico y continuó detentando esa condición mientras residía en la población catalana de Fuerte Pío. Cuando el F. C. Barcelona decidió incorporarlo a sus filas, se hizo evidente que mientras fuese extranjero no podría jugar, por impedirlo la normativa vigente. Así que ambas partes pactaron las condiciones para una rápida nacionalización, mediando alguna cantidad económica al contado y la promesa de que cuando fuese llamado a filas cumpliría el servicio militar como soldado de cuota, corriendo a cargo del club el desembolso de dicha “cuota”. Sin la nacionalidad española hubiese esquivado el servicio militar, que constituía una de sus preocupaciones, aunque también pudiera ser declarado prófugo por el gobierno inglés. Y obviamente perdería la posibilidad de convertirse en futbolista azulgrana.

Llegó enero de 1932 y, hallándose ya plenamente asentado en el equipo, cuando su meta inmediata pasaba por convertirse en imprescindible para la selección española, tuvo que rendirse a una dolorosa evidencia: aquella directiva no sólo se negaba a incrementar su salario mensual, conforme a lo prometido, sino que acababa de reducírselo a 600 ptas., es decir 100 menos de lo liquidado hasta entonces, como consecuencia de la rebaja aplicada a casi toda la plantilla ante las dificultades económicas de la entidad, consecuencia en buena medida de los tardíos efectos en nuestro suelo del crac bursátil estadounidense y su demoledor efecto en todo occidente. Para que nada faltase, existía un claro agravio comparativo con respecto a los brasileños Dos Santos y Jaguaré, quienes se embolsaban 1.000 mensuales pese a carecer de ficha reglamentaria, lo que reducía su alineación a unos pocos partidos amistosos. Y al fin y al cabo, él era tan internacional como los cariocas, si no más.

Herido en su amor propio se declaró en rebeldía, amenazando con una de estas soluciones: a).- Permanecer un año sin jugar, castigo reservado por la Federación Española a los insurrectos. Y b).- Solicitar la nacionalidad británica, puesto que la española se la había transmitido su padre y aún le quedaba el recurso de convertirse en ciudadano del Imperio por voluntad propia, alcanzada la mayoría de edad. Lógicamente las aguas volvieron a su cauce, cumpliendo un servicio militar breve en el Regimiento Badajoz, mediante la ayuda del ente azulgrana y luego de estirar su rebeldía durante 5 meses.

El estallido de la Guerra Civil deshizo aquel precario equilibrio. Ser español implicaba la movilización, el riesgo de combatir en primera línea, ser alcanzado por algún obús que lo incapacitase para el fútbol o, mucho peor, le segara la vida. Así que solicitó y obtuvo la nacionalidad inglesa, mucho más garante de inmunidad, a su modo de ver (30 de julio de 1936). Así se lo comunicó al Barcelona, donde continuaba sin renovar, emplazándolos a tomar las medidas legales de cara a su futuro deportivo, considerando el nuevo estatus de que gozase. Dicho de otro modo, atender a la normativa vigente, según la cual ningún club podía contar con más de dos extranjeros. Para entonces ya había defendido internacionalmente a España en 11 ocasiones.

Como por muy inglés que fuera silbaban las balas y caían bombas sobre las ciudades, amén de que cada noche brigadistas del amanecer sembraban de cadáveres muchos parques, cunetas y tapias de cementerio, prefirió instalarse en Francia sin problemas, gracias a su pasaporte inglés. Enrolado en su fútbol, igual que otros muchos españoles, vería pasar los meses sin que la barbarie desatada a este lado de los Pirineos llegara a su fin. Cierto día se planteó la disputa de un partido entre Inglaterra y El Resto del Mundo, lo que en realidad era pretensión excesiva, puesto que para ese Resto del Mundo se barajaron mayoritariamente nombres de quienes venían compitiendo en los campeonatos de Francia. Fue uno de los nominados como probables, hasta que la prensa profundizase en sus muy especiales circunstancias. Un inglés no podía enfrentarse a su propia selección nacional, y él era ciudadano británico por más que hubiese defendido otrora los colores de España. Para mal de males, Hitler se anexionó los Sudetes e invadió Polonia, dando lugar a la declaración de guerra británica. De pronto lo que antaño considerase salvoconducto se convertía en tremenda contrariedad. Como inglés le esperaba la movilización, enfrentarse fusil en mano al ejército más poderoso del continente y a su comandante en jefe, un loco visionario. En tales circunstancias la eventualidad del regreso a España podía no ser el peor de los males. Todo, con tal de eludir la lucha cuerpo a cuerpo.

Una vez de vuelta, advirtió la inconveniencia de seguir siendo inglés. Los extranjeros eran internados en centros de clasificación, puro eufemismo que escondía la cruel realidad de campos de concentración sin apenas agua corriente, con letrinas rebosantes de podredumbre, piojos, sarna, malos tratos, hacinamiento inhumano, frío extremo y alimentación más que precaria. Allí aguardaban, inermes, a la espera de que representantes consulares o miembros de Cruz Roja se interesaran por su suerte, lo que desde una óptica personal distaba mucho de constituir solución, pues como británico le tocaría saltar del campo a cualquier frente, embutido en el uniforme de Su Graciosa Majestad. Huelga indicar que prefirió hacerse pasar por español de Fuerte Pío.

La sanción impuesta por ausentarse de España durante la guerra no fue todo lo dura que estos autores afirman, puesto que la campaña 1942-43 nos lo sitúa como el primer entrenador de la U. D. Melilla, entonces militante en categoría Regional. Y con ese mismo equipo incluso habría de disputar 2 partidos amistosos durante la pretemporada correspondiente a 1943-44. Luego jugó un partido de Liga con el nuevo Barcelona C. F. la temporada 1944-45 y estuvo regentando una fábrica de lejías y productos químicos, para fallecer como consecuencia de un ataque al corazón en Viladecans, Barcelona, el 3 de enero de 1967, a los 56 años. Para esas alturas ya era difícil saber si se movía por nuestro suelo como británico o español, puesto que tanto las autoridades españolas como europeas de posguerra debían solventar problemas de mucha mayor enjundia.

Salva Torres y Frederic Porta se hacen eco del supuesto chantaje a que este hombre pudo haberse visto sometido al regresar desde Francia: si no fichaba por el Real Madrid habría de encarar las sanciones correspondientes. Algo, por cierto, ya apuntado en otras publicaciones aunque su encaje resulte inverosímil. Primero porque el Real Madrid de 1939 también pechó con sanciones durísimas, hasta el punto de que a Malbo ni siquiera se le permitió jugar más. Y segundo porque el Zabalo de 1940 nada tenía que ver con el de cuatro años antes. Era ya un futbolista lo bastante amortizado como para no ser visto como posible refuerzo. Por ende, si ni el gran Ricardo Zamora hallara contemplaciones en el cumplimiento de su sanción, menos excepcionalidad podría esgrimirse en favor de cualquier otro. Este tipo de conclusiones, sin identificación del teórico chantajista y con todo en contra para ser tomadas en serio, carecen de solidez ante cualquier empeño de reconstrucción  histórica.

Finalmente, con respecto al elenco de combatientes republicanos en el listado de futbolistas azulgrana, nueve, nada menos, sólo se enfundaron esa camiseta después de acabada la Guerra Civil, por lo que deberían haber quedado fuera del recuento, o si acaso recogidos en otro registro bajo el epígrafe de “Combatientes republicanos fichados por el Barcelona tras la Guerra Civil”.

El extremo izquierdo aragonés José Valle perteneció a la entidad entre 1939 y 1948. Gonzalvo I únicamente la temporada 45-46, luego de haber pasado por las plantillas del Sabadell y C. D. Español. Manuel Rosalench fue “culé” desde 1939 hasta 1944. También llegaron al Barça en 1939 Jaime Sospedra, procedente del Sabadell, Luis Miró, con pasado en el Sans y el Murcia, y el madrileño Juan Rocasolano, cuando fue preciso sustituir a los exiliados en México, a los competidores en Francia desde que concluyese la gira americana, o a los suspendidos federativamente por ausentarse de España durante más de dos meses en plena conflagración. El mulato Francisco Betancourt sólo llegó al Barcelona posbélico en 1942, después de ejercitarse en el Gracia, Gerona y Badalona. El durangués Luis Zabala lo hizo en 1940. Y Emilio García Martínez, el gran “Emilín”, como Herrerita únicamente fue azulgrana durante la campaña 1939-40 y en condición de cedido desde el Oviedo, ante el año de moratoria concedido a los asturianos para reconstruir su estadio, literalmente arrasado. Los también ovetenses Soladrero y Antón reforzaron al Zaragoza  durante ese mismo torneo y por idéntica razón.

Se puede adulterar la Historia sin mentir del todo, tan sólo escondiendo partes de la verdad, aunque ello nos convierta en paladines del autoengaño. Por esa misma razón los trazos de aguafuerte en crudo blanco y negro, sin tonos sepias, malvas o grises al acercarnos a lo acontecido tanto tiempo atrás, carecen de sentido cuando la Guerra Civil, por suerte, aportó matices y no pocas muestras de bondad. Además de cerrazón sin límites, revanchismo y barbarie, hubo gentes ofreciendo amparo, abrigo, consuelo y esperanza a compañeros de trabajo, vecinos o conocidos de ideologías contrarias. Alcaldes izquierdistas escondiendo en su domicilio al cura del pueblo. Funcionarios traspapelando intencionadamente sentencias de ejecución. Falangistas, conservadores abrazados al franquismo e incluso sacerdotes o frailes, avalando judicialmente a republicanos confesos. Y manos tendidas cuando no pocos derrotados hubieron cumplido condena en penales o campos de trabajo virtualmente esclavistas, teniendo ante sí el difícil reto de improvisar desde la nada una nueva existencia. Aunque también la Historia nos muestre a un hombre de Dios delatando a quienes lo tuvieran acogido, tan pronto entraron los “nacionales” en aquel villorrio, y a otro presbítero extremeño convertido en pistolero.

La objetividad es viga maestra del relato histórico ponderado y fidedigno. Razón suficiente para que mientras unos confunden olvido con reconciliación y otros transforman la memoria en venganza, alguien convierta a personajes ejemplares en materia de estudio para colegios e institutos. Tal vez así desterrásemos tanto gusto por el tremendismo y los aguafuertes, o se escribiera menos desde postulados ideológicos, cualesquiera que éstos sean.

José Ignacio Corcuera

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Una vez conocida la excelente pieza literaria anterior que aporta numerosas novedades con relación al estrecho pensamiento RIGUROSO del libro, en otra parte que sigue a esta, se va a continuar revisando dicha publicación, claro a la altura del autor de estas líneas, que es el Pico Susaron de León de 1.878 m. solamente , no “Everest” Corcuera de 8.849 m.…pero, de momento…solo lo relativo a…. DOS FOTOS MANIPULADAS DEL MISMO, …… pero habiendo más tela que cortar en el futuro.

Estando, cerrándose esta parte llega la atroz e inesperada noticia del fallecimiento de D. Amancio Amaro Varela, jugador, entrenador y presidente de honor del Real Madrid, que en una ocasión hace un par de años hablando con él contó que lo que mas recordaba del Barcelona era el apellido de Torrent.

Continuara.